martes, 18 de enero de 2011

Cuando cae la lluvia

Aquí traigo estos dos fragmentos recién saliditos del horno. Es algo que siempre me ha gustado: un salón antiguo solitario, la chimenea encendida, fresquito, lluvia y un chocolate caliente.
Esta vez no tenía en mente nada especial, sólo... me ha ido saliendo:




Es finales de otoño, principios de invierno.

La chimenea está encendida y el fuego arde con tal intensidad que ilumina gran parte del salón; el resto se encuentra en penumbra. Se trata de una casa antigua, rondando el s. XIX: todo tipo de muebles de madera hechos con delicadeza, alfombras preciosas, lámparas de araña, cristaleras, paredes y suelo de piedra... un salón salido de un sueño.

Varias fotos recubren algunas paredes desnudas y parte de la repisa de la chimenea.


En esos momentos, es el lugar idóneo para pensar. Y ella lo necesita.
Un par de chipas chisporrotean entre las llamas, que poco a poco van consumiendo los dos últimos troncos que ella ha dejado caer distraídamente, casi por inercia. El sonido la saca de su ensimismamiento y se incorpora ligeramente en el sillón.
Tiene las piernas recogidas y sostiene entre sus manos una taza de chocolate caliente, a la que apenas da sorbos pequeños; más bien mira al vacío por encima de la taza. Necesita despejar su cabeza y aclarar sus ideas.

Por fin consigue regresar al mundo real y darse cuenta de dónde se encuentra, de cuál es su situación. Se inclina para dejar la taza sobre la mesita de cristal y se arrebuja un poco más entre la manta de lana gruesa color gris que la cubre. Hace frío. Pero a ella no le importa la temperatuar, sino otro tipo de frío: la soledad.

Por detrás de ella, el paisaje que se extiende refleja a la perfección lo que ella siente, es como si la naturaleza supiera expresar sus sentimientos, una especie de tormenta llena de confusión y desesperación.
Sólo se oye el golpeteo de la lluvia contra los cristales y el crepitar del fuego.


[...]


Sin darse cuenta está llorando otra vez. Él le seca las lágrimas con el pulgar, la coge por la cara y vuelve a besarla, esta vez más lentamente, disfrutando del contacto de su piel.

Avanzan a trompicones por la estancia, de nuevo besándose, y acaban en el jardín, en ese patio trasero. Sigue lloviendo, pero no les importa. Sólo pueden pensar en que lo que creían haber perdido está intacto.
Toda la tristeza anterior ha sido sustituida por una inmensa alegría.

Entre sonrisas, bailan bajo la luz de la luna y las farolas encendidas al son de una melodía que sólo ellos conocen.
Después de varias vueltas, se detienen en medio del camino de piedras, mirándose fijamente, cogiéndose ambas manos.
No hay mucho que decir, o que se puede decir sólo con palabras.
- Te amo.
- Te amo.

Lentamente se funden en un beso mientras las gotas de lluvia resbalan por sus caras.

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